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Verdaderos Arzobispos de Canterbury de la Inglaterra Católica

San Agustín de Canterbury
Arzobispo de Canterbury (597-605)


S.S. San Gregorio I Magno, 63° Sucesor de San Pedro
y San Agustin de Canterbury, Primer Primado de Inglaterra

 La Gran Bretaña había sido evangelizada desde los tiempos apostólicos pero había recaído en la idolatría después de la invasión de los sajones en el quinto y sexto siglo. Cuando el rey de Kent, Etelberto, se casó con la princesa cristiana Berta, hija del rey de París, éste le pidió que fuera erigida una iglesia y que algunos sacerdotes cristianos celebraran allí los ritos sagrados. Cuando el Papa san Gregorio Magno supo la noticia, juzgó que los tiempos estaban maduros para la re-evangelización de la isla. Le encomendó la misión al humilde prior del monasterio benedictino de San Andrés, Agustín.

En el año 597 salió de Roma encabezando un grupo de cuarenta monjes. Se detuvo en la isla de Lérins. Aquí se aterró por los relatos sobre los sajones y se regresó a Roma a pedirle al Papa que cambiara sus planes. El Papa Gregorio lo nombró abad y después obispo. Al llegar a isla británica de Thenet, el rey fue personalmente a recibirlo.

Los misioneros avanzaron solemnemente en procesión cantando las letanías. El rey acompañó a los monjes hasta la residencia que había preparado en Canterbury, a mitad de camino entre Londres y el mar. Allí se edificó la abadía que se convirtió en el centro del cristianismo inglés. La obra de los monjes misioneros tuvo un éxito inesperado. El mismo rey pidió el bautismo, llevando con su ejemplo a miles de súbditos a abrazar la religión cristiana.

El Papa se alegró con la noticia que llegó a Roma, y expresó su satisfacción en las cartas escritas a Agustín y a la reina. El santo pontífice envió con un grupo de nuevos colaboradores el palio y el nombramiento a Agustín como arzobispo primado de Inglaterra, y al mismo tiempo lo amonestaba paternalmente para que no se enorgulleciera por los éxitos alcanzados y por el honor del alto cargo que se le confería. Siguiendo las indicaciones del Papa para la repartición en territorios eclesiásticos, Agustín erigió otras sedes episcopales, la de Londres y la de Rochester, consagrando obispos a Melito y a Justo.

El santo misionero murió el 26 de mayo hacia el año 605 y fue enterrado en Canterbury en la iglesia que lleva su nombre. Antes de morir, Agustín consagró a su sucesor, Lorenzo, para que la sede de Canterbury no quedara vacante ni por una hora.

Fue enterrado cerca de la Catedral de Canterbury, porque esta no habia sido ternminada ni consagrada; pero, más tarde sus restos fueron transladados con toda solemnidad a la entrada norte de la Catedral.
Durante la Reforma Inglesa, su sepulcro fue destruido y sus reliquias fueron perdidas.

San Anselmo de Canterbury
Arzobispo de Canterbury (1092-1109)



Anselmo fue a Inglaterra en 1092, tres años después de la muerte de Lanfranco. El rey Guillermo el Rojo mantenía vacante la sede de Canterbury para disfrutar de sus rentas. Como San Anselmo le exhortase a nombrar un arzobispo, Guillermo juró "por la Santa Faz de Lucca" (tal juramento popular se refiere al "Volto Santo") que ni Anselmo ni otro alguno sería arzobispo de Canterbury mientras él viviese. Pero una enfermedad que le puso a las puertas de la muerte le hizo cambiar de opinión. Lleno de temor, el rey prometió que en adelante gobernaría de acuerdo con las leyes y nombró arzobispo a San Anselmo. El buen abad alegó en vano su avanzada edad, su falta de salud y su ineptitud para el gobierno. Los obispos y todos los presentes le obligaron a tomar el báculo pastoral y le condujeron a la iglesia, donde cantaron un "Te Deum".

Pero el corazón del rey no había cambiado en realidad. Apenas acababa de instalarse el nuevo arzobispo, cuando Guillermo, quien quería arrebatar a su hermano el ducado de Normandía, empezó a exigirle dinero. Anselmo le ofreció quinientos marcos, suma importante en aquellos tiempos; pero el rey le pidió mil como precio de la elección. El santo se negó rotundamente a pagarlos y exhortó al rey a proveer las abadías vacantes y a sancionar la convocación de los sínodos necesarios para reprimir los abusos de los clérigos y los laicos. El rey replicó ásperamente que defendería las abadías como si se tratase de su propia corona y, desde entonces, no tuvo otro pensamiento que el de arrojar a Anselmo de su sede. Consiguió, en efecto, que cierto número de obispos le negasen la obediencia; pero los barones no aceptaron condenar a San Anselmo. El mismo legado pontificio llevó a Anselmo el palio que le hacía inamovible.

Viendo que el rey oprimía a la Iglesia siempre que podía cuando el clero no se plegaba a su voluntad, San Anselmo le pidió permiso de ir a Roma a consultar a la Santa Sede. El rey se lo rehusó dos veces; a la tercera, le respondió que podía salir del país, pero que confiscaría todas sus rentas y no le permitiría volver a entrar. A pesar de ello, San Anselmo partió de Canterbury en octubre de 1097, acompañado por Eadmero y otro monje llamado Balduino. En el camino se hospedó primero con San Hugo, abad de Cluny y después con otro Hugo, arzobispo de Lyon. En Roma expuso el asunto al Papa, quien no sólo le prometió su protección, sino que escribió al rey exigiéndole que restituyese a San Anselmo sus derechos y posesiones. San Anselmo se retiró a un monasterio de Campania por razones de salud y ahí terminó su famosa obra Cur Deus homo, que es el más famoso tratado que existe sobre la Encarnación. Convencido de que podría hacer más bien en la vida oculta que en su sede en Canterbury, Anselmo rogó al Papa que le descargase de su oficio, pero el Pontífice, se negó. Sin embargo, dado que no podía volver por el momento a Inglaterra, el Papa le dio permiso de quedarse en Campania. Anselmo asistió al Concilio de Bari, en 1098, y se distinguió por su manera de abordar las dificultades de los obispos grecoitálicos sobre la cuestión del "Filioque". El Concilio acusó al rey de Inglaterra de simonía, de opresión a la Iglesia, de persecución al arzobispo y de vida viciosa; sin embargo, no llegó a condenarle solemnemente gracias a la intervención del mismo San Anselmo, quien persuadió al Papa Urbano de que se contentase con la amenaza de excomunión.

La muerte de Guillermo el Rojo puso fin al destierro de San Anselmo, quien entró en Inglaterra entre las aclamaciones del pueblo. Pero la paz no fue duradera. Las dificultades surgieron en cuanto Enrique I se arrogó el derecho de reconfirmar la elección de San Anselmo. Eso se oponía a los decretos del sínodo romano de 1099, que había suprimido los derechos de investidura de los laicos sobre las abadías y catedrales. San Anselmo se negó, pues, a obedecer al rey. Pero en ese momento Inglaterra estaba bajo la amenaza de una invasión de Roberto de Normandía, a quien muchos barones ingleses no veían con malos ojos. Deseando ganarse el apoyo de la Iglesia, Enrique prometió total obediencia a la Santa Sede en el futuro, y San Anselmo hizo cuanto pudo por evitar la rebelión. Aunque, como lo hace notar Eadmero, Enrique debía en gran parte al santo el hecho de no haber perdido la corona, reclamó de nuevo su derecho de investidura en cuanto pasó el peligro. Por su parte, el arzobispo se negó a consagrar a los obispos nombrados por el rey, a no ser que hubiesen sido canónicamente elegidos. La oposición entre el rey y el arzobispo fue agravándose de día en día.

Finalmente Anselmo decidió ir personalmente a Roma a exponer el asunto al Papa y Enrique envió por su parte a un delegado personal. Después de madura consideración, Pascual II confirmó la decisión de su predecesor. Al saberlo, Enrique prohibió a San Anselmo que volviese a Inglaterra y confiscó sus bienes. Más tarde, el rumor de que San Anselmo iba a excomulgar al rey parece haber alarmado al monarca, quien fue a Normandía a reconciliarse con el arzobispo. En un consejo real que tuvo lugar en Inglaterra, Enrique I renunció al derecho de investidura sobre las abadías y los obispados y Anselmo, con el consentimiento del Papa, aceptó que los obispos prestasen homenaje al monarca por sus posesiones temporales. El rey observó realmente el pacto y llegó a tener tal confianza en el arzobispo, que le nombró regente durante el viaje que hizo a Normandía en 1108. Pero la salud de San Anselmo, que era ya muy anciano, se había debilitado mucho. El santo murió al año siguiente, 1109, entre los monjes de Canterbury. Sus últimas palabras antes de morir fueron:

"Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"

San Anselmo fue declarado Doctor de la Iglesia en 1720, aunque no había sido canonizado. Dante le pone en el paraíso entre los espíritus de luz y poder de la esfera solar, junto a San Juan Crisóstomo.

Se cree que el cuerpo del gran arzobispo descansa en la catedral de Canterbury, en la capilla de su nombre, del lado sudoeste del altar mayor



Santo Tomás Becket
Arzobispo de Canterbury (1162-1170)


Santo Tomás Becket, Arzobispo de Canterbury
En el año de 1155, por sugerencia del Arzobispo Theobald, Tomás fue elegido como canciller de Inglaterra, puesto en el que sirvió lealmente a Enrique II por 7 años. Su deber era administrar la ley y lo hizo con sabiduría e imparcialidad. Pero el rey tenía oscuros intereses sobre la Iglesia. Tomás, comprendiéndolo, le dijo: "Si me haces Arzobispo te arrepentirás. Ahora dices que me amas, pero ese amor se convertirá en odio". Así ocurrió. Renunció a su puesto de canciller y fue ordenado sacerdote el día antes de su consagración episcopal. Lo nombraron Arzobispo en 1162 y desde la consagración episcopal se entregó por completo a servir al Rey de Reyes, donde la gloria está en la humildad y la disciplina. El mismo dijo que pasó de ser un seguidor de sabuesos (referencia a la cacería) a un pastor de almas. Desarrolló un profundo amor por la Eucaristía hasta el punto que a veces lloraba le salían lágrimas durante la misa. Cada noche cantaba el Oficio Divino con los monjes.

Habían muchos abusos en la Iglesia que debía rectificar. Uno de los puntos de conflicto con el rey fue la cuestión de las respectivas jurisdicciones de la Iglesia y del estado sobre miembros del clero acusados de crímenes y la libertad de apelar a Roma.

En la famosa asamblea de Northampton, en 1164, Tomás se enfrentó con sus adversarios. Ante las amenazas contra su vida se mantuvo firme, lo cual irritó al rey hasta el punto que le dijo:
- "Tu eres de los míos, yo te elevé de la nada y ahora me retas".
Tomás le respondió:
-"Señor, Pedro fue elevado de la nada y sin embargo gobernó la Iglesia".
-"Sí", contestó el rey, "pero Pedro murió por su Señor".
-"Yo también moriré por el cuando llegue el momento".
-"¿Entonces, no cederás a mi?, preguntó el rey.
-"No lo haré", respondió Tomás.

Tomás optó por el exilio en Francia antes que ceder al rey sobre los derechos de la Iglesia. Allí estuvo seis años. Por la recomendación del Papa entró en el monasterio Cisterciense en Pontigny, hasta que el rey amenazó con eliminar a todos los monjes cistercienses de su reino si continuaban protegiendo a Tomás. Entonces, en 1166, se mudó a la abadía de San Columba Abbey en Sens, que estaba bajo la protección del rey Luis VII de Francia.

Ambos lados apelaron al Papa Alejandro III, quien trató de encontrar una solución. Por fin, el rey de Francia persuadió a Enrique II a ir donde Tomás y hacer las paces. Enrique reconoció la demanda de Tomás de que se respetara la libertad de apelar a Roma y pensó que, al regresar a Inglaterra, Tomás no continuaría exigiendo los derechos de la Iglesia. Sin embargo, pronto tras Tomás regresar a su patria, el 1 de Diciembre de 1170, comenzaron otra vez las discusiones. Cuando Enrique escuchó, desde Normandía, que el Papa había excomunicado a los obispos recalcitrantes por usurpar los derechos del obispo de Canterbury y que Tomás no los soltaría hasta que prometiesen obediencia al Papa, se encolerizó y dijo: "¿No hay nadie que me libre de este sacerdote turbulento?" Estas palabras motivaron a cuatro caballeros que le escucharon y decidieron tomar el asunto en sus manos.

Era Adviento, cerca de Navidad. El 29 de Diciembre de 1170, los cuatro caballeros con una tropa de soldados se apareció en fuera de la Catedral de Canterbury exigiendo ver al arzobispo. Los sacerdotes, para proteger a Tomás le forzaron a refugiarse en la Iglesia. Pero Tomás les prohibió bajo obediencia cerrar la puerta: "Una iglesia no debe convertirse en una fortaleza" les dijo.
-"¿Por que se portan así, que temen?" les preguntó. No pueden hacer sino lo que Dios permite. En la penumbra de la iglesia, los caballeros reclamaron:
-"¿donde está el traidor, donde está el arzobispo?".
-"Aquí estoy", dijo Tomás, "No traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con tal atuendo entren en la iglesia de Dios. ¿Que quieren conmigo?"
Uno de los caballeros levantó la espada como para atacarle, pero uno que andaba con Tomás le protegió del golpe con el brazo. Los cuatro caballeros arremetieron entonces juntos y le asesinaron en los peldaños de su santuario. Mientras moría bajo los golpes, Tomás repetía los nombres de los arzobispos asesinados antes que el: San Denis, San Elphege de Canterbury. Entonces dijo:
"En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu". Sus últimas palabras, según un testigo, fueron: "Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia".

El crimen causó indignación en toda la Cristiandad. El rey Enrique fue forzado a hacer penitencia pública y construir el monasterio en Witham, Somerset.

400 años después de Santo Tomás, otro monarca inglés, Enrique VIII, quiso hacerse cabeza de la Iglesia por lo que rompió la unidad y persiguió a los fieles católicos. La ruptura culminó en la instalación de Crammer como "arzobispo" de Canterbury en 1533.  Santo Tomás Becket fue sacado del calendario de los santos de Inglaterra.
Durante la Reforma Inglesa su santuario, que había sido un importante centro de peregrinación por mas de tres siglos, fue arrasado y sus reliquias fueron quemadas.

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