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Maese Peréz el Organista [Fragmento]

  ¿No conocéis a maese Pérez? Verdad es que sois nueva en el barrio... Pues es un santo varón pobre, sí, pero limosnero, cual no otro... Sin más pariente que su hija, ni más amigos que su órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia de la una y componer los registros del otro... ¡Cuidado que el órgano es viejo!... Pues nada; él se da tal maña en arreglarlo y cuidarlo, que suena que es una maravilla... Como que lo conoce de tal modo, que a tientas... Porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre es ciego de nacimiento... ¿Y con qué paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan que cuánto daría por ver, responde: Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas. ¿Esperanzas de ver? Sí, y muy pronto -añade, sonriendo como un ángel -.Ya cuento setenta y seis años. Por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios: ¡Pobrecito! Y si lo verá..., porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el mundo... Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfa al mismo maestro de capilla de la Primada. Como que echó los dientes en el oficio... Su padre tenía la misma profesión que él. Yo no lo conocí, pero mi señora madre que santa gloria haya, dice que lo llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles. Luego, el muchacho mostró tales disposiciones que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene, Dios se las bendiga! Merecía que se las llevaran a la calle de Chicharreros y se las engarzasen en oro... Siempre toca bien, siempre; pero en semejante noche como ésta es un prodigio... El tiene una gran devoción por esta ceremonia de la misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma, al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo.., las voces de su órgano son voces de ángeles... En fin, ¿para qué tengo que ponderarle lo que esta noche oirá? Baste ver cómo todo lo más florido de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharlo. Y no se crea que sólo la gente sabida, y a la que se le alcanza esto de la solfa, conoce su mérito; sino que hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas, entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano...; y cuando alzan no se siente una mosca...: de todos los ojos caen lagrimones tamaños, al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música... Pero vamos, vamos; ya han dejado de tocar las campanas, y va a comenzar la misa. Vamos adentro... Para todo el mundo es esta noche Nochebuena, mas para nadie mejor que para nosotros.

  Esto diciendo, la buena mujer que había servido de cicerone a su vecina atravesó el atrio del convento de Santa Inés y, codazo con éste, empujón en aquél, se internó en el templo perdiéndose entre la muchedumbre que se agolpaba en la puerta.

  La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos chispeaba en los ricos joyeles de las damas, que arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de sus dueñas, vinieron a formar un brillante circulo alrededor de la verja del presbiterio.

  Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas de color galoneadas de oro, dejando entrever con estudiado descuido las encomiendas rojas y verdes, en la una mano el fieltro, cuyas plumas besaban los tapices; la otra sobre los bruñidos gavilanes del estoque o acariciando el pomo del cincelado puñal, los caballeros veinticuatro, con gran parte de lo mejor de la nobleza sevillana, parecían formar un muro destinado a defender a sus hijas y a sus esposas del contacto de la plebe. Esta, que se agitaba en el fondo de las naves con un rumor parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió en una exclamación de júbilo, acompañada del discordante sonido de las sonajas y los panderos, al mirar aparecer al arzobispo, el cual, después de sentarse junto al altar mayor, bajo un solio de grana que rodearon sus familiares, echó por tres veces la bendición al pueblo. Era hora de que comenzase la misa. Transcurrieron, sin embargo, algunos minutos sin que el celebrante apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse demostrando su impaciencia; los caballeros cambiaban entre sí algunas palabras a media voz, y el arzobispo mandó a la sacristía a uno de sus familiares a inquirir por qué no comenzaba la ceremonia.

-Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo y será imposible que asista esta noche a la misa de medianoche.
Esta fue la respuesta del familiar.

  La noticia cundió instantáneamente entre la muchedumbre. Pintar el efecto desagradable que causó en todo el mundo sería imposible. Baste decir que comenzó a notarse tal bullicio en el templo, que el asistente se puso en pie y los alguaciles entraron a imponer silencio confundiéndose entre las apiadas olas de la multitud.

En aquel momento, un hombre mal trazado, seco, huesudo y bisojo por añadidura, se adelantó hasta el sitio que ocupaba el prelado.

-Maese Pérez está enfermo -dijo-. La ceremonia no puede empezar. Si queréis, yo tocaré el órgano en su ausencia, que si maese Pérez es el primer organista del mundo, ni a su muerte dejará de usarse este instrumento por falta de inteligente.

  El arzobispo hizo una señal de asentimiento con la cabeza, y ya algunos de los fieles, que conocían a aquel personaje extraño por un organista envidioso, enemigo del de Santa Inés, comenzaba a prorrumpir en exclamaciones de disgusto, cuando de improviso se oyó en el atrio un ruido espantoso.

-¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí!...

  A estas voces de los que estaban apiñados en la puerta, todo el mundo volvió la cara.

  Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba, en efecto, en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.

Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.

-No -había dicho-. Esta es la última, lo conozco. Lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, esta noche sobre todo, la Nochebuena. Vamos, lo quiero, lo mando. Vamos a la iglesia.

  Sus deseos se habían cumplido. Los concurrentes lo subieron en brazos a la tribuna y comenzó la misa. En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la catedral. Pasó el Introito, y el Evangelio, y el Ofertorio; llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y comienza a elevarla. Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia.

  Las campanas repicaron con un sonido vibrante y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano. Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.

  A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y en un torrente de atronadora armonía. Era la voz de los ángeles que, atravesando los espacios, llegaba al mundo.

  Después comenzaron a oírse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines. Mil himnos a la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, sólo era el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de acordes misteriosos, como un jirón de niebla sobre las olas del mar.

  Luego fueron perdiéndose unos cuantos; después, otros. La combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz. El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana, y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la Hostia a los ojos de los fieles. En aquel instante, la nota que maese Pérez sostenía tremante se abrió y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.

  De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde se desarrolló un tema, y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquéllos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban, cada cual en su idioma, un himno al nacimiento del Salvador.

  La multitud escuchaba atónita y suspendida. En todos los ojos había una lágrima; en todos los espíritus, un profundo recogimiento. El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquel que levantaba en ellas, Aquel a quien saludaban hombres y arcángeles, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la Hostia.

  El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de mujer.

  El órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo.

  La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.

-¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? -se decían unos a otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.

-¿Qué ha sido eso? -preguntaron las damas al asistente, que; precedido de los ministriles, fue uno de los primeros en subir a la tribuna y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto donde lo esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.

-¿Qué hay?

-Que maese Pérez acaba de morir.

  En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, lo lloraba en vano entre suspiros y sollozos.



Gustavo Adolfo Becquer


Arrullo del Niño Dios

   Por fin, Madre Gloriosa, llegó el ansiado momento en que disteís a luz al niño más hermoso, sabio y apacible cuya sola presencia, el establo embelleció, Castisimo Patriarca que hallándote a sus pies, celebras en el empíreo con los Hosanas de ángeles, arcángeles y querúbes y en toda la orbe cristiana y con el júbilo de millones de fieles que le adoran y cantan Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y aún las bestias se acercan lentamente a dar calor con su aliento al desnudo cuerpecito de nuestro Redentor. Suena la aurora del cristianismo, la luz divina que ensalza al débil y oprimido igualando al rico con el mendigo. Oh María; por este feliz momento en que recibiste el homenaje de los humildes; te pedimos con la misma humildad que nos ayudéis a conformarnos con la voluntad de tu Divino Hijo. Amén.


Letanía del Niño Jesús

Kyrie eleison
Christe eleison
Kyrie eleison
Christe audinos
Christe exaudinos
Pater et coelis Deus
(Miserere nobis)
Fili Redemptor mundi Deus
Spiritus Sancte Deus
Sancta Trinitas Unus Deus
Niño recien nacido
(Te alabamos todos)
Niño poderoso
Niño amable
Niño venerable
Niño fiel
Niño Creador
Niño Salvador
Niño Consolador
Niño laudable
Niño glorificador
Niño misericordioso
Niño espiritual
Hijo de María
Modelo de Castidad
Luz de la Redención
Sol de la Verdad
Alivio del Pecador
Maná del Consuelo
Tesoro de la Gracia
Estrella del Alba
Faro de consolación
Bálsamo de la salud
Alegría de los justos
Templo de pureza
Templo de la Verdad
Padre de Israel
Príncipe de los Patriarcas
Luz de los Profetas
Maestro de los Ápostoles
Árbol de la Vida
Vertiente de Virtudes
Divino Emmanuel
Deseado del mundo
Antorcha de pureza
Modelo de perfección
Inspiración celestial
Patriarca de Justicia
Depósito de Bondad
Lucero de la Fe
Arca de felicidad
Dios Humanado
Principio y Fin de todas las cosas
Agnus Dei qui tollis peccata mundi
Audinos Domine
Agnus Dei qui tollis peccata mundi
Exaudinos Domine
Agnus Dei qui tollis peccata mundi
Miserere nobis


Rorro

(coro)
*A la rorro niño
a la rorro ro
que veniste al mundo
sólo por mi amor*

En el crudo invierno
tú, mi Dios, naciste
de todas mis culpas
ya me redimiste

Quisiste por nombre
llamarte Jesús
como Padre amante
tú me diste luz

A dolor me mueve
ver dos animales
que finos y leales
tu amor les conmueve

Delicias del mundo
son pena y pesar
por eso el Eterno
se quizo humanar

Seas bendito niño
bendito mi Dios
las gracias te damos
todos a una voz

Tapate niñito
que estas en cueritos
sirvan mis afectos
para pañalitos

Señora Santa Ana
¿Por qué llora el niño?:
-por una manzana
que se le ha perdido-

Dos luceros son
tos ojitos bellos,
tus labios corales,
y oro tus cabellos

Coros celestiales
con su dulce acento
canten la ventura
de este Nacimiento




Duerme y no llores

(coro)
*Duerme y no llores, Jesús del alma,
duerme y no llores, mi dulce amor,
duerme y no llores, que esas tus lágrimas
parten el alma, de compasión*

Os anunciamos, un gozo inmenso
hoy ha nacido, el Salvador
en un pesebre sobre la paja,
y entre pañales, le encontrareis

Cierren tus ojos tranquilo sueño
duerme mi cielo, duerme mi amor
con mis cantares y mis amores
tú sueño, niño, yo arrullaré.

Tus lagrimitas, perlas del cielo
son mis tesoros, prendas de amor
mas calma el llanto, Jesús del alma
de lo contrario me harás llorar

Más por mi lloras, Jesús amado
por mis pecados e ingratitud,
cese tu llanto, que en lo adelante
ya nunca, ingrato, te haré llorar

Ya mis cantares no te harán ruido,
ya mis cantares van a callar,
mas mis amores, en el silencio
siguen velando, no callarán

Ya me despido, Jesús del alma,
duerme tranquilo en mi corazón.
En el camino de la amargura
danos por siempre tu bendición.


¡Cristianos venid!

(coro)
¡Cristianos venid!
¡cristianos llegad!
*a adorar al niño (2)
que ha nacido ya

Vamos pastorcillos
vamos a Belén
*que ha nacido el niño (2)
Jesús nuestro bien

Ha nacido el niño
sin pompa ni tren
*en pajoso establo (2)
el Supremo Rey

Ángeles y hombres
al Excelso Ser
*a José y María (2)
deseen para bien

El Gloria in excelsis
se oye en ecos, cien,
*y concluye en lo alto (2)
con un dulce Amén

El mundo se alegra
tiembla Lucifer
*porque ya ha nacido (2)
Jesús Emmanuel

El orbe celebra
el cielo también
*el gran Natalicio (2)
del Señor de Israel

Y a su Redención
los hombres se ven
*saliendo del yugo (2)
del feroz Luzbel

Dos bestias humildes
la mula y el buey
*con el bau calientan (2)
al Divino Rey

Vamos pastorcillos
vamos en tropel
*a adorar a Dios (2)
que es único bien

No perdamos tiempo
vamos pronto a ver
*al Dios prometido (2)
en la Antigua Ley

Octava Jornada

¡Oh Santísima Virgen, Oh Reina Inmaculada!, se acerca el feliz momento en que con resignación sin igual darás a luz al Redentor del mundo, considerar que a pesar del sufrimiento del ya cercano alumbramiento aún solicita ayudasteís a vuestro amante esposo a limpiar de inmundicias el lugar que ni para bestias era digno, has Virgen Santa que pueda alcanzar la eterna ventura de ser digno siervo vuestro. Amén

Septima Jornada

¡Rosa mística!, y purísima de aroma celestial que en esta jornada a falta de albergue, con abnegación inefable, sumisa aceptasteis por asilo la solicita oferta de vuestro santo esposo que sólo conducirte podía a una gruta, morada y refugio eventual de pastores que ahí, con sus rebaños se guarecian contra lluvias e inclemencias del tiempo. Tú que todo esto soportasteis dadme paciencia para soportar amarguras terrenas. Amén.

Sexta Jornada

¡Reina soberana!, que soportasteis las duras fatigas de tan cruenta jornada de Nazareth a Belén de puerta en puerta pidiendo posada que todos os negaban sin haber encontrado humilde asilo por fin, ¿por qué no he de soportar yo penalidades de la vida para alcanzar la gracia de encausarme por el camino de la virtud conseguir el miraros eternamente en la Gloria?. Amén.

Quinta Jornada

¡Oh cándida paloma!, Madre y Reina celestial que a tu llegada a Belén tras de buscar alojamiento presurosa os encaminasteís a cumplir el mandato que ahí los traía, con este ejemplo de sumisión que me daís; encáusadme en el camino de la obediencia también y sujétame a la voluntad de vuestro Hijo Jesús para que se vigorice mi espíritu y avive el fuego de mi amor y no dejeís, Madre mía, que vacile mi fe. Amén.

Cuarta Jornada

   ¡Oh Madre Mía!, así como vos soportasteís miseria, vejaciones y desdeñosas negativas cuando sin desmayar posada implorabas en esta jornada, transmiteme oh Virgen Santísima esa misma sumisión y humildad vuestra, para que mi corazón sólo dé albergue al amor puro, piadoso y sencillo hacia vuestra sagrada familia. Amén.

Tercera Jornada

   ¡Oh Reina de los Ángeles!, comunica a mi alma ¡Oh Inmaculada María!, la fortaleza con que soportasteis las penalidades de vuestra tercer jornada llevando por toda compañia a vuestro esposo José y a los ángeles celestiales que en coro cantaban y bendecian al Hijo de vuestras purísimas entrañas, para que con vos pueda yo continuar mi peregrinar en esta tierra. Amén.

Segunda Jornada

   ¡Oh Virgen Santisima!, así como vos sufristeís los rigores de la intemperie llevando en tu vientre virginal al Divino Jesús hecho hombre, yo alabándote y adorándote, os ruego enseñéis a soportar miserias incomodidades; desprecios y pobrezas y que mi esperanza se robustezca para seguir vuestras huellas en las jornadas de la virtud. Amén.

¡¡Posadas!!

Forma de celebrarse en México

Se prepara previemente una anda con las imagenes de la Virgen María y de San José vestidos de peregrinos o en su defecto las imagenes que se ponen en el nacimiento.

Inicio
Por la señal de la Santa Cruz + de nuestros enemigos + libranos Señor, Dios nuestro + En nombre del Padre + del Hijo + y del Espiritu Santo.
Amén

Creo en Un solo Dios, Padre Todopoderoso...

Padre Nuestro que estás en el cielo...


Canto
Muy agradecidos de aquí nos marchamos
y al Cielo rogamos premie vuestra acción,
quiera el Dios Divino, que al dejar el suelo
disfruteís del Cielo la hermosa mansión

Que el Señor de bondad os proteja,
y de dicha os colme piadoso,
si esta noche nos disteís reposo
años mil de ventura os dara

Y en la eterna mansión de los justos,
donde reina el Santo cercado
un asiento tendraís preparado,
que así premia a los buenos Jehova,

Labradores, ¡adios! con mi esposa
de esta humilde posada me alejo
más en ella por pago yo os dejo;
de la Madre de Dios la piedad.

Letania de la Santisima Virgen María
Se toma el anda con los peregrinos y se le pasea (simulando la peregrinación de la Sagrada Familia desde Nazaret a Belén), esto puede hacerse de dos formas 1.-Si la posada se celebra en privado, el anda se le pasea en el patio, jardín o calle 2.-Si la posada se realiza en comunidad, el anda es llevada de una casa a otra

Kyrie eleison
Christe eleison
Kyrie eleison

Canto
El anda se coloca afuera de las puertas cerradas de la casa a donde van a posar los peregrinos, los asistentes se dividen dentro y fuera y entonan el canto para pedir posada

Afuera
En nombre del Cielo
os pido posada
pues no puede andar
mi esposa amada

Dentro
Aqui no es mesón
sigan adelante
yo no debo abrir
no sea algún tunante

Afuera
No seaís inhumano
tennos caridad
que el Dios de los cielos
te lo premiara

Dentro
Ya se pueden ir
y no molestar
porque si me enfado
os voy a apalear

Afuera
Venimos rendidos
desde Nazaret
yo soy carpintero
de nombre José

Dentro
No me importa el nombre
déjenme dormir
pues que ya les digo
que no hemos de abrir

Afuera
Posada te pide
amado casero
por sólo una noche
la Reina del Cielo

Dentro
Pues si es una Reina
quien lo solicita
¿Cómo es que de noche
anda tan solita?

Afuera
Mi esposa es María
es Reina del Cielo
y Madre va a ser
del Divino Verbo

Dentro
¿Eres tu José?
¿Tú esposa es María?
entren peregrinos
no los conocia

Afuera
Dios pague señores
vuestra caridad
y que os colme el Cielo
de felicidad

Dentro
Dichosa la casa
que alberga este día
a la Virgen pura
la hermosa María

Abriendose las puertas y con el anda al frente

Ábranse las puertas, rómpanse los velos,
que viene a posar la Reina del Cielo

Entren pues esposos, castos inocentes
cultos reverentes, venid aceptar

Y por vuestro amparo y Fruto Divino
del cielo el camino podamos andar
Hermosa María paloma sagrada
un tierno hospedaje te dan nuestras almas.

Entren Santos Peregrinos, reciban este rincón,
que aunque es pobre la morada, os la doy de corazón

Acto de Contrición

   Postrados en vuestra presencia, ¡Oh Adorable Trinidad!, os bendigo y doy gracias, por el inefable misterio de la encarnación en el vientre de la más pura de las Vírgenes, víctima propicia de la Divina Justicia por el mundo pecador, he aquí, al más ingrato de los pecadores, que confundido y avergonzado reconoce tu amor infinito y ardientísima caridad, os adora, bendice, y alaba, a vos que desde el vientre purísimo de María os entregasteís a padecimientos menosprecios y vejaciones siendo inocente y aún os fijaís en mí, con ojos de misericordia, en mí, el más indigno de tú perdón, por haber ultrajado vuestra Santidad y Grandeza a cambio de los innumerables beneficios que me habeís prodigado.
   Oh Salvador que a redimirme venisteís de la esclavitud del demonio. Padre que olvidando mis locuras y extravíos, me busca, me llama y ofrece a cambio de tanta ingratitud: Amor y bienaventuranza eterna. Pequé y me pesa en el alma haberos ofendido. Aumentad, Dios mío, mi arrepentimiento y dadme la fuerza eficaz para odiar el pecado y perseverarme en vuestro santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.


Oración de cada día
(esta se sustituye por la propia de cada día)
Primera Jornada
   ¡Inocente y Purisíma Virgen María!, que por cumplir el mandato de un soberano de la tierra, obligada te viste a partir en compañia de tú castisimo esposo José, de Nazareth a Belén, atendiendo al edicto del César; de que se empadronase toda persona residente en su Imperio, y decir lugar de origen para futuros tributos que deberían pagar, por vuestro ejemplo, humildísima Reina, os ruego reanimes mi fe para que también, sumisos y obedientes podamos cumplir con el mandato de nuestro Soberano del Cielo.

 
Se recitan 9 Ave Marias en memoria de los 9 meses de gravidez de la Virgen María
de la siguiente forma:
 
Ofrecimiento de las 9 Ave Marias:
 
   Os ofrecemos estas nueve Ave Marias, Oh castisima Virgen Madre de Dios, en memoria de vuestra Gloriosa Maternidad y por todas las virtudes con que el Altisimo adornó tu alma, os ruego no mireís en mi la miseria e indignidad que me revisten, atended sólo al honrosísimo título de Madre de Dios, título que llenándonos de regocijo y consuelo nos infunde la esperanza de que en la hora final, olvidándote de nuestras ingratitudes, sólo recordarás que como Madre del Salvador, quien en su agonía os hizo depositaria de su misericordia para que la tuvieses con los pecadores, en esa tremenda hora, os pedimos la uséis con nosotros, acordaos en ella, que suplicantes imploraremos vuestra asistencia, cuya memoria nos bastará, pues sabemos que nunca quien vuestro auxilio implora será desamparado y así confio en obtener la gracia de recibir en mi pecho a vuestro Divino Niño Jesús Sacramentado, gracia que será la señal de mi perdón y prenda segura de la vida eterna. Amén.
 
1 Padre Nuestro
1 Ave Maria
Gloria
Un canto
(estos se alternan durante los 7 días siguientes)

Cantos:

Humildes Peregrinos

Humildes peregrinos Jesús María y José
Mi alma va con ellos, mi corazón también
a Belén, a Belén mi corazón también

Peregrina Bella

Peregrina bella
¡Oh! María soberana
ábrenos el cielo
la feliz morada.

Una Bella Pastorcita

Una Bella Pastorcita,
que camina con la luna
como blanca corderita
va cubierta de rocío

Caminando va María,
caminando va José
caminan para Belén
con muchisima alegría.

En un corral de ovejitas

En un corral de ovejitas,
pidió posada María
unas doblan las manitas
y otras saltan de alegría.

Del cielo cayó una palma

Del cielo cayó una palma,
de la palma una flor
de la flor nació María
la Madre del Redentor.

Estos peregrinos

Estos peregrinos van para Belén
porque son vecinos de Jerusalén
vienen caminado de noche y de día
viene con mil ancias la hermosa María

El casto José llora sin cesar
de ver a María que no puede andar
María lo consuela, le dice a José
más adelantito yo descanzaré.

De mi corazón

De mi corazón quisiera,
formaros una carrosa
para poder caminar
el casto José y su Esposa

Manto azul

Manto azul lleva María
manto azul lleva la Reina
y en su frente una corona
una corona de estrellas

después del día 6 se añade la siguente estrofa
San José carga en sus hombros
las primicias del convento
porque ya se acerca el día
del Niño su nacimiento.


Al finalizar se recita:
(tres veces)


Jesús, José y María, yo os ofrezco por posada, el corazón y el alma mía.

Sea eternamente bendito y alabado...

Cantos finales

Cantemos todos con alegría;
digan que viva la Virgen María

Cantemos todos con grande fé;
digan que viva el señor San José

Anden muchachos prendan velitas
porque (nombre de quien ofreció la posada)
nos trae pastillitas.

Anden muchachos prendan ocotes
porque  (nombre de quien ofreció la posada)
nos trae tejocotes.

Ándale (nombre de quien ofreció la posada)
no te dilates con la canasta de los cacahuates

Ándale (nombre de quien ofreció la posada)
sal del rincón con la charola de la colación

en caso de haber piñata
Ya vi la piñata de fino papel
si no esta repleta no la he de romper

No quiero oro ni quiero plata
yo lo que quiero es romper la piñata
--------

Con lirio blanco y dalia morada
coronaremos al de la posada

Piña cubierta castaña asada
digan que viva el que dió la posada.

Ave María Purísima...

Por la señal de la Santa Cruz + de nuestros enemigos + libranos Señor, Dios nuestro + En nombre del Padre + del Hijo + y del Espiritu Santo.

Amén

Plegaria Guadalupana


Postrado estoy a tus plantas,
como hiciera el indio Juan Diego,
hoy vengo mi Virgen Santa ,
a alzar ante ti este ruego.

Y traigo dentro del alma,
bien henchido el corazón,
para darte a ti las gracias,
con esta humilde canción.

Virgen Guadalupana,
deja llorar de emoción;
pues ya mi madre esta sana,
gracias a tu bendición.

Patroncita mexicana,
hoy traigo otra petición.
Has que mi patria este salva,
De la maligna ambición.

Yo vengo de la Huasteca,
hasta aquí en peregrinación,
nuestra gente haya tambien peca,
y quiere implorar tu perdón.

Aunque mi Huasteca es lejana,
somos siervos de tu devoción,
y hasta haya me llamó la campana,
que festeja tu coronación.

Virgen Guadalupana,
deja llorar de emoción,
pues ya mi madre esta sana,
gracias a tu bendición.

Patroncita mexicana,
hoy traigo otra petición.
Has que mi patria este salva,
de la maligna ambición.

¡Virgen guadalupana!

Mi Virgen Ranchera


A tí virgencita, mi Guadalupana,
yo vengo a ofrecerte un canto valiente,
que México entero te brinda sonriente.

Y quiero decirte, lo que tu ya sabes,
que México te ama, que nunca esta triste,
y que de nombrarte, el alma se inflama.

Tu nombre es arrullo, y el mundo lo sabe,
Eres nuestro orgullo, mi México es tuyo,
Tu guardas las llaves.

Que viva la Reina, de los Mexicanos,
la que con sus manos, sembró rosas bellas,
y puso en el cielo, millares de estrellas.

Yo sé que en el cielo, escuchas mi canto,
y sé que con celo, nos cubre tu manto,
Virgencita chula, eres un encanto.

Por patria nos diste, este lindo suelo,
y lo bendeciste, porque era tu anhelo,
tener un santuario, cerquita del cielo.

Mi Virgen Ranchera, mi Virgen morena,
eres nuestra Reina,
México es tu tierra y tú su bandera.

Que viva a Reina, de los Mexicanos,
la que con sus manos, sembró rosas bellas,
y puso en el cielo, millares de estrellas.

La Guadalupana


Desde el cielo una hermosa mañana
La Guadalupana
bajo al Tepeyac.

Suplicante juntaba sus manos
y eran mexicanos
su porte y su faz.

Su llegada llenó de alegría
de luz y armonía
todo el Anáhuac.

Junto al monte pasaba Juan Diego
y acercóse luego
al oír cantar.

"Juan Dieguito", la Virgen le dijo
este cerro elijo
para hacer mi altar.

Y en la tilma entre rosas pintada
su imagen amada
se dignó dejar.

Desde entonces para el mexicano
ser guadalupano
es algo esencial.

En sus penas se postra de hinojos
y eleva sus ojos
hacia el Tepeyac.

[Video fragmento]


Nican Mopohua [Martes 12 Diciembre 1531]

   El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatelolco a llamar al sacerdote, y cuando venía llegando al camino que le sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyac, hacia el poniente, por donde tenía su costumbre de pasar, dijo: "Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando". Luego dio vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo. Pensó que por donde dio la vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes el la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: "¿Qué hay, hijo mío el más pequeño?, ¿A dónde vas?" - ¿Se apenó él un poco, o tuvo verguenza, o se asustó?- Se inclinó delante de ella; le saludo, diciendole: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta, ¿Cómo has amanecido?, ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía?".

   "Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje, Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa".

   Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: "Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por ventura en mi regazo?, ¿Qué más has de menester? No te apene ni te inquiete otra cosa, no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella, está seguro de que ya sanó"

   La Señora del cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: "Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y traélas a mi presencia". Al punto subió Juan Diego al cerrillo; y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo: estaban muy fragantes y llenas del rocío se la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su regazo. La cumbre del cerrillo no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otras se las echó en el regazo, diciéndole: "Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que el tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido".

   Después que la Señora del cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

   Al llegar al palacio del Obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no lo oian, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y además ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él, para ver lo que traía y satisfacerse. Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores; y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchisimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

   Fueron luego a decir al Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oirlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito.

   En seguida mandó que entrara a verle. Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado y también su mensaje. Dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del cielo, Santa Maria, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad.

   Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ella veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí recíbelas". Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujo en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa Maria, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe. Luego que la vio el señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron: se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el pensamiento.


   No bien Juan Diego señalo dónde había mandado la Señora del cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatelolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del cielo que ya había sanado. Pero no lo dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hiciera y que le honraran mucho. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyac la Señora del cielo; la que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor Obispo para que edificara una casa en el Tepeyac.

   El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del cielo: la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

   La manta en que milagrosamente se apareció la imagen de la Señora del cielo, era el abrigo de Juan Diego: ayate un poco tieso y bien tejido.

   Es tan alta la bendita imagen, que empezando en la planta del pie, hasta llegar a la coronilla, tiene seis jemes y uno de mujer. Su hermoso rostro es muy grave y noble, un poco moreno.

   Esta preciosa imagen, con todo lo demás, ya corriendo sobre un ángel, que medianamente acaba en la cintura, en cuanto descubre; y nada de él aparece hacia sus pies, como que está metido en la nube. Acabándose los extremos del ropaje y del velo de la Señora del cielo, que caen muy bien en sus pies, por ambos lados los coge con sus manos el ángel, cuya ropa es de color bermejo, a la que se adhiere un cuello dorado, y cuyas alas desplegadas son de plumas ricas. largas y verdes, y de otras diferentes. La van llevando las manos del ángel, que al parecer, está muy contento de conducir así a la Reina del cielo.


Nican Mopohua [Lunes 11 Diciembre 1531]

Al día siguiente, Lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatelolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.

Nican Mopohua [Domingo 10 de Diciembre 1531]

   Al día siguiente, Domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatelolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. Casi a las diez, se aprestó, después de que se oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó al gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verle; otra vez con mucha dificultad le vio; se arrodillo a sus pies, se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del cielo, que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifesto que lo quería.

   Viendo el Obispo que ratificaba todo sin dudar, ni retractar nada, le despidió.

   Mando inmediatamente a unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo, Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyac, le perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor Obispo, inclinandolé a que no le creyera; le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; en suma discurrieron que si otra vez volvía , le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

   Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santisima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor Obispo; la que oída por la Señora, le dijo: "Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impendido, ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo"




Nican Mopohua [Sábado 9 de Diciembre 1531]

En orden y concierto se refiere aquí de qué manera apareció poco ha maravillosamente la siempre Virgen María, Madre de Dios, nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.


   Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conociemiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año  de 1531, a pocos dias del mes de Diciembre, sucedió que habia un pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales, aún todo pertenecía a Tlatelolco. Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandatos. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerrillo; semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y delicioso, sobrepujaba al del coyoltototl y del Tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan. Se paró Juan Diego a ver y dijo para si "¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿Quizás sueño?, ¿Me levanto de dormir?, ¿Dónde estoy?, ¿Acaso en el paraiso terrenal, que dejaron dicho los viejos nuestros mayores?, ¿Acaso ya en el cielo?" Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial, y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decian; "Juanito, Juan Dieguito"

   Luego se atrevió a ir a donde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su prescencia se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol, el risco en que posaba su plantam flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda, su follaje, finas turquesas, y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy blanda y cortés cual de quien atrae y se estima mucho. Ella le dijo "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿A dónde vas?" El respondió: "Señora y Niña mia, tengo que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor" Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad y le dijo: "Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que soy la siempre Virgen Santa Maria, Madre del Verdadero Dios por quien se vive; del Creador que sabe donde está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confien; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admiradom y lo que has oído. [...]

   Luego bajó, para ir a hacer su mandato, y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

   Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes habia venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.
   En seguida le dio el recado de la Señora del cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido". Él salio y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

   En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera. Al verla, se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato: aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste, me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no lo tuvo por cierto, me dijo; "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido"

   "Perdoname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía".

   Le respondió la Santisima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía". Respondió Juan Diego: "Señora y Niña mia, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido. Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descanza entre tanto". Luego se fue él a descansar a su casa.