El Emperador que quería mandar sobre la Iglesia.
S.S. San Gregorio VII
[157 sucesor de San Pedro]
1073-1085
1073-1085
Enrique IV (1050-1106)
Emperador del Sacro Imperio Romano Germanico
Se disputa el Poder sobre la Iglesia, desafiando al Papa
El Emperador Enrique IV seguía con los intentos de imponer su autoridad sobre la Iglesia, usurpando el lugar del Papa, nombrando Obispos sin la autoridad pontificia, metiendose y dirigiendo los asuntos internos de la Iglesia sin la autoridad de Roma.
Enrique reunio en Worms un sinodo donde negaba el reconocimiento a Gregorio VII como Pontifice y le invitaba a renunciar al Papado.
S.S. Gregorio VII excomulgó al Emperador Enrique IV
Lo que significaba que liberaba a los súbditos del emperador, del juramento de fidelidad prestado, lo declaraba depuesto de su trono imperial hasta que pidiese perdón, y prohibía a cualquiera reconocerlo como monarca.
Enrique IV se vio en una posicion comprometida, pues seria depuesto como emperador y perderia el trono
decide ir al encuentro del papa y obtener de él la absolución.
S.S. Gregorio VII estaba en Canosa, el castillo inexpugnable de la condesa Matilde amiga y protectora del Papado.
Una mañana, (25 de enero de 1077), un viajero llamaba a las puertas de la fortaleza. Parecía un peregrino. Nevaba, hacía mucho frío; pero él tenía los pies descalzos, la larga melena al aire, y una túnica de lana, ceñida de un cordón, le cubría el cuerpo.
Este hombre suplicante, este peregrino vestido con la hopa de los penitentes, era el mismo Enrique IV.
Esperó hasta mediodía, hasta la tarde, hasta que huyó la luz, sin probar bocado, con los pies sobre el hielo. Al día siguiente, igual. Al tercer día, lo mismo; gimiendo, llorando, solicitando su perdón. AI anochecer, iba ya a retirarse, perdida toda esperanza, cuando se le ocurrió entrar en una ermita cercana. Allí estaban orando la condesa Matilde y Hugo, abad del monasterio de Cluny. «Por favor, interceded por mí», les dijo el penitente.
Ellos se conmovieron, hablaron al Papa, y Gregorio VII se doblegó
Fue una debilidad de su corazón.
Mucho le decía su experiencia de que todo aquello no era más que un fingimiento hipócrita; que Enrique lo único que buscaba era salvar su trono, amenazado por la excomunión; que todas sus promesas, según la expresión de un cronista, se desharían como telarañas, en cuanto traspusiese los Alpes.
Y así fue. Se renovaron las excomuniones, los conciliábulos y las hipocresías, y durante mucho tiempo el hijo del cabrero, el santo Gregorio VII, resistió impávido a los ejércitos imperiales.
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